No resulta sencillo apocar el amplísimo abanico de posibilidades que otorga el título de este artículo, para convertirlo en un texto fácil de digerir, y, sobre todo, interesante para el lector. Una posibilidad es reducir el foco a esos elementos tecnológicos que, realmente, han favorecido el trabajo tanto dentro como fuera del almacén. Es decir, la que de verdad es tecnología al servicio de la logística.
Optando por esta línea, habría que diferenciar (siempre desde el punto de vista tecnológico) el flujo físico y el flujo de información. A pesar de ir en sentidos contrarios, son dos conceptos que están unidos y en los que es muy importante aplicar la tecnología, ya que ambos necesitan saber en tiempo real qué es lo que está pasando.
Esto quiere decir que no sólo hay que empujar el producto hacia el mercado, sino que también se ha de tener siempre en cuenta una variable vital: la visibilidad. Fue la necesidad de ser visibles, lo que impulsó la aparición de los primeros elementos tecnológicos en el almacén. Así llegó la tecnología a la logística.
Pero, ¿cómo se podría definir ese concepto de visibilidad aplicada a la logística?: sería tener, en tiempo real y absolutamente contrastada, toda la información para saber qué está pasando en la cadena logística, en cada momento y en todos los lugares. Y no únicamente dentro del almacén, sino también fuera.
Absolutamente incardinado con el concepto de visibilidad está la tecnología orientada a la visión. A través de ella se puede hacer un viaje de medio siglo alrededor de la tecnología aplicada a la logística.
No es ajeno a lo anterior. En realidad, son dos caras de la misma moneda; dos formas de contar una misma historia, pero vista desde extremos distintos. El proceso anteriormente relatado, a través de las tecnologías orientadas a la visión, es la crónica de la progresiva mecanización, automatización y robotización de la cadena logística.
Todos estos avances han ido surgiendo y se han ido aplicando de un modo, casi, natural. Cuando en el sector de la logística se empezó a tener un flujo de información continuo, se analizaron los procesos y se comprobó que muchos de ellos se repetían: llegó entonces la mecanización para aminorar al máximo esa reiteración. Posteriormente, advino la automatización, en la que se podría llegar a ‘prescindir’ (puntualizaremos esta afirmación más adelante) del factor humano. Y la última es la fase en la que estamos actualmente, la robotización. En definitiva, había que eliminar todo aquello que no generara valor añadido, reduciendo muda.
El informe The Future of Jobs 2020, del Foro Económico Mundial, estima que la automatización y una nueva división del trabajo entre los seres humanos y las máquinas desplazarán 85 millones de empleos en todo el mundo en empresas medianas y grandes. A la vez, sostienen, la revolución robótica creará 97 millones de nuevos empleos. Ergo, la robotización no va a acabar con el trabajador. El robot simplifica el trabajo, por supuesto, pero el ser humano, la inteligencia, el talento, siempre serán necesarios. Un robot, y eso es innegable, es capaz de hacer tareas repetitivas de manera exactamente igual y con la misma precisión. Un robot siempre hará una soldadura igual. El humano no hará dos soldaduras idénticas. Se precisará gente más preparada, con más valor añadido, personas destinadas a hacer tareas de mayor importancia dentro de la cadena logística.
Un ejemplo paradigmático de lo que estamos diciendo son los vehículos autónomos, los AGV (Automatic Guided Vehicle). Dentro de los cuales hay que destacar las carretillas automatizadas. Es cierto que ya no hará falta un operario carretillero, pero eso no quiere decir que se pierda un puesto de trabajo. Esa persona se dedicará a otras laboras más importantes y generadoras de valor añadido.
Sería imperdonable terminar este artículo sin mencionar al aparato que lo ha revolucionado todo: el ordenador. Tiene que aparecer si hablamos de tecnología al servicio de la logística. El ordenador entra en el almacén como un mero acumulador de información. Se empezó a usar para anotar lo que antes se hacía a mano o a máquina. Con la ventaja, obvia, de que ahora sólo hacía falta registrarlo una vez, reduciendo al máximo las opciones de errar.
Ahora, hay un cerebro central (que es ese ordenador primigenio potenciado hasta el infinito) que lo controla y lo sabe todo. Pero también, lo que existe en la actualidad es un disco duro que está en la nube. O sea, sigue siendo un gigantesco elemento de almacenamiento.